Entre las ideas que, a 500 años, se tienen sobre cómo sucedió la Conquista de México, se encuentra la identificación de Hernán Cortés con Quetzalcóatl y el debate sobre si los indígenas, en particular los mexicas, concibieron a todos los españoles como dioses. Esta segunda temática ha sido objeto de apasionadas discusiones, especialmente a partir del análisis de la palabra teotl (plural, teteo), que fue la que los nahuas utilizaron para calificar a los españoles; una palabra que, si bien se puede traducir por “dios” en ciertos contextos, también transmitía otros significados según las circunstancias. En cuanto a si Cortés fue considerado un dios específico, de hecho, uno de los más importantes del panteón náhuatl, eso es Quetzalcóatl mismo, numerosas fuentes históricas sugieren que efectivamente así fue. Pero, ¿quién era Quetzalcóatl para los mexicas en 1519 y por qué relacionaron al recién llegado, venido del mar y desembarcado en el borde oriental de la tierra conocida, con esta divinidad?
Literalmente, la voz náhuatl quetzalcoatl significa “serpiente quetzalli”, donde la segunda palabra designa las largas rectrices del macho del ave quetzal (Pharomachrus). Quetzalcoatl es, pues, un nombre que remite a una figura trascendental en las religiones mesoamericanas desde el Preclásico y hasta la actualidad: la serpiente emplumada. Tanto las más antiguas como las más recientes expresiones de esta figura divina suelen adoptar la forma de serpientes con plumas verdes o multicolores que ondean en el cielo al inicio de la temporada húmeda y cuyo vuelo trae la lluvia. Lo ilustran, en particular, las espectaculares pinturas murales de Techinantitla, en Teotihuacán, donde el reptil emplumado derrama chorros de agua fertilizante, mientras que otra variante teotihuacana de esta imagen muestra a la criatura llevando a un antepasado del dios Tláloc en sus fauces. En la época de la conquista, Serpiente Emplumada era un símbolo profundamente anclado en las religiones indígenas, pues había atravesado el tiempo y el territorio mesoamericano extendiendo su cuerpo de reptil y sus ondulantes apéndices en el Altiplano Central, la Mixteca, la Costa del Golfo y hasta el área maya. En la cultura mexica, Quetzalcóatl era una deidad preponderante que se representaba no sólo como una serpiente emplumada—de cuyas fauces emergía a menudo un rostro humano—pero también como una figura divina completamente antropomorfa cuyos atavíos la conectaban con el reptil volador, al mismo tiempo que remitía a su función de dios del viento. Era el caso, en particular, de su máscara bucal en forma de pico de ave, cuya conexión con el reino de las aves recordaba las plumas de la serpiente, además de que los nahuas pensaban que a través de este artefacto, Quetzalcóatl soplaba el viento para empujar las nubes y barrer el camino de los dioses pluviales.
La concepción nahua de Quetzalcóatl como el gran soplador que dinamiza el cosmos no se limitaba a las creencias y los rituales relacionados con la espera y la llegada de las lluvias, sino que esta deidad desempeñaba un papel análogo en los mitos fundadores de esta cultura prehispánica. En sus relatos cosmogónicos, el dios Quetzalcóatl, a cuyo nombre se asocia comúnmente el de Ehécatl, “Viento”, aparece como el creador y ordenador del universo en su totalidad y también la entidad que vuelve a generar los seres humanos al extraer del inframundo los huesos de humanidades pasadas; a continuación, se sacrifica el pene para asociar su sangre con los huesos molidos y, por si fuera poco, extrae el maíz de la Montaña del Sustento para alimentar a los hombres recién creados. Sobre todo, en el famoso mito de la creación del Quinto Sol en Teotihuacán, Quetzalcóatl Ehécatl sopla para poner el astro y, por ende, el cosmos en movimiento, al permitir la sucesión de los días y de las noches. Finalmente, el dinamismo que Quetzalcóatl insuflaba al cosmos, según la mitología náhuatl, se manifestaba también en su papel de creador y destructor de las grandes eras cósmicas que habían precedido al Quinto Sol en el que pensaban vivir los mexicas. En esos relatos, el dios era cíclicamente destruido por su rival Tezcatlipoca, al que también destruía periódicamente, cuando finalizaba el tiempo en el que le tocaba a cada uno ejercer su dominio sobre el mundo.
La existencia cíclica de nuestra deidad, así como su influencia sobre el cosmos, igualmente cíclica, se habían cristalizado en la historia del rey Topiltzin Quetzalcóatl de Tollan. De este monarca excepcional y de su ciudad maravillosa, los mitos nahuas contaban la gloria y la decadencia. En efecto, Topiltzin Quetzalcóatl había sido un soberano ejemplar, arquetipo del poder real en el Posclásico mesoamericano porque el dios creador Serpiente Emplumada se había encarnado en él, al igual que lo hacía en todos los reyes de carne y hueso cuando éstos se sometían a ritos de acceso al poder que los convertían en hombres-dioses. Sin embargo, venido el tiempo del declive, Topiltzin Quetzalcóatl había sido vencido por sus enemigos —por su gran enemigo Tezcatlipoca, en realidad— y había cambiado la ejemplaridad por una conducta transgresora, lo que lo había empujado a huir hacia el Este. Al llegar a la costa oriental de México, se decía que había muerto en el borde el océano o que se había embarcado en una lancha de serpientes, prometiendo regresar para gobernar de nuevo sus reinos, así como lo exigía la alternancia de los ciclos en la mitología náhuatl. Al desembarcar allí casualmente, pero muy afortunadamente, Cortés y sus tropas en un año 1-Caña, que correspondía con la fecha de nacimiento de Topiltzin, no es de sorprender que los indígenas que, según fray Toribio de Benavente Motolinía, “siempre le esperaban que había de volver; cuando parecieron los navíos de don Hernando Cortés, y de los españoles que esta tierra conquistaron, viéndolos venir a la vela, decían que ya venía su dios Quezalcovatl.”
Para leer más:
- Arqueología mexicana, dossier “La Serpiente Emplumada en Mesoamérica”, v. IX, n. 53, enero-febrero 2002.
- Graulich, Michel, Quetzalcoatl y el espejismo de Tollan, Amberes, Instituut Voor Amerikanistiek, 1988.
- López Austin, Alfredo, Hombre-Dios. Religión y política en el mundo náhuatl, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 1973.
- Nicholson, Henry B., “Ehecatl Quetzalcoatl vs. Topiltzin Quetzalcoatl of Tollan: a Problem in Mesoamerican Religion and History”, en Actes du XLIIe Congrès International des Américanistes, Congrès du Centenaire, Paris, 2-9 septembre 1976, 7 vols., París, Société des Américanistes, 1979, v. 6, pp. 35-47.
- Taube, Karl, “Breath of Life: The Symbolism of Wind in Mesoamerica and the American Southwest,” en Virginia M. Fields and Victor Zamudio-Taylor (comps.), The Road to Aztlan: Art from a Mythic Homeland, Los Angeles, CA, Los Angeles County Museum of Art, 2001, pp. 102–123.